El sujeto que lee tranquilamente el periódico es santo de mi devoción. El niño, no tanto. Eso de poder transportar un sillón, ubicarlo donde me salga del mondongo y despreocuparme del entorno destila una capacidad de desconexión que me aturulla.
El niño, en cambio, será un futuro granjero o presidente norteamericano. Cualquiera sabe.